Yo y mis Historias
Parece que fue el General Serrano quién inauguró el pequeño canal de Isabel II.
Hablo del Serrano que da nombre a la calle más pija de Madrid, el chulo que
aceptó 16 millones de reales para no volver a mantener relaciones sexuales con Isabel,
el mismo que años después colaboró para que la echaran del trono y la exiliaran,
quedándose como Regente de España.
El General bonito, como Isabel le llamaba, abría una grieta muy peligrosa
entre las piernas adolescentes de la reina que debía ser cerrada urgentemente.
Isabel necesitaba un marido.
¿De donde sacar un consorte sin ocasionar un conflicto diplomático? El
Padre Claret, confesor de Isabel, se decantaba por el primo Carlos Luis María
Fernando de Borbón, Conde de Montemolín, hijo de Carlos María Isidro de Borbón
(el que lió la primera guerra Carlista). Pero el Conde tenía un ojo mirando a
la corona y otro mirando a Cuenca. Vamos que era bizco. La reacción de Isabel
cuando vio al pretendiente fue: ¡Con un “biz”Conde no, con un “biz”Conde no!
La Reina se enrocó y no hubo manera de convencerla. Esta negativa sería el
origen de la segunda guerra carlista.
Casándose entre familiares, los Borbones se aseguraban que todo quedaba en
casa.
Pues a buscar otro primo, y esta vez, a ser posible sin ocasionar ninguna
guerra. Decidieron que el más idóneo era el infante
Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, alias “el natillas”. Dicen que al
enterarse Isabel gritó: ¡Con Paquita no, con Paquita no! Pero esta vez fue que
si, aunque con suspense. En la ceremonia de su boda su madre tuvo que
pellizcarla varias veces para por fin escuchar el “sí quiero”.
- He cedido como reina, pero no
como mujer, dijo a su madre.
Isabel tenía una herida abierta por la que iba a entrar a
borbotones la sangre del pueblo. Y así se lo confesó a su primogénito:
“Alfonsito XII mío, la única sangre Borbónica que corre
por tus venas es la mía”
Cuando en 1860, el general O’Donnell fue a despedirse de
Isabel II antes de irse a la guerra de África, la reina le dijo que si ella
fuera hombre iría con él. Francisco de Asís, El Natillas, añadió: “Lo mismo te digo, O’Donnell, lo mismo te
digo”.
Parece estar probado que por cada retoño que nacía y
reconocía como hijo, Francisco recibía un millón de reales. Doce hijos, doce
causas reales.
El Palacio se convirtió en un gallinero en el que vivían una
gallina y un pavo real, rodeados de muchos
gallos. También les acompañaba una monja, Sor Patrocinio.
Era la asesora particular de la reina. Natural de San Clemente
(Cuenca), de Patrocinio podríamos decir que era la típica persona que viajaba
con el diablo a Aranjuez, que hablaba con Cristo y a la que la Virgen se la
aparecía y la regalaba estampitas (la
estampa de la Virgen del Olvido se conserva y venera en la actualidad en el
Convento del Carmen de las Concepcionistas Franciscanas de Guadalajara).
También era la típica que entraba en éxtasis y a la que
salían estigmas en forma de llagas
sangrantes en las manos, pies y frente, de ahí su apodo: La Monja de las Llagas.
Con la niña del exorcista dando vueltas por el Palacio no
me extraña que los Reyes no quisieran acostarse solos.
A Isabel, además de en los pantalones, también le gustaba
meter mano en las urnas, vía caciques, favoreciendo en lo posible a los de Narváez,
el general de los moderados que en el lecho de muerte quiso perdonar a sus
enemigos, pero ya los había fusilado a todos.
España crecía, aunque a un ritmo mucho más lento que
Europa. Se inauguro la primera línea de ferrocarril, eso si, con un ancho de
vía distinto al que se usaba en Europa. España comenzaba a ser
diferente.
A partir de la caída de la Unión Liberal, que había
durado desde 1858 a 1863, los partidos entraron en una etapa de crispación sin
igual.
La crisis de 1866 destruyó la mitad de las
entidades financieras y trajo hambre y enfermedad. Los políticos señalaban
a los aposentos de la reina y aireaban el nombre de los que por allí pasaban: Enrique
Puig Moltó, Ramiro Puente, Bedmart, Altman, Olózaga, Carlos Marfori,
Obregón, el compositor Emilio Arrieta, Miguel Tenorio, José María Ruiz de
Arana, fueron algunos de los que contribuyeron a la bajeza pública de su Alteza
Isabel II.
Posiblemente no era una lista de amantes demasiado larga
para un Borbón, pero si para una mujer en la España del siglo XIX.
Pocas veces en España ha habido un entusiasmo tan grande
como cuando en 1868 triunfó la revolución de “La Gloriosa” llevada a cabo por políticos
y generales cercanos a la Reina.
Serrano, el que un día enseñó a Isabel donde estaban las estrellas, ahora le mostraba el camino a Francia.
Poco después Paco e Isabel se divorciaron, quizás fueron felices y si no comieron perdices en el Maxim's sería por falta de apetito, que con la paga vitalicia que les dió el Estado español se podían haber comido el mundo.
Serrano, el que un día enseñó a Isabel donde estaban las estrellas, ahora le mostraba el camino a Francia.
Poco después Paco e Isabel se divorciaron, quizás fueron felices y si no comieron perdices en el Maxim's sería por falta de apetito, que con la paga vitalicia que les dió el Estado español se podían haber comido el mundo.