jueves, 27 de diciembre de 2012

El canalillo de Isabel II, sus amantes y Paco “El natillas”




Yo y mis Historias

Parece que fue el General Serrano quién inauguró el pequeño canal de Isabel II.
Hablo del Serrano que da nombre a la calle más pija de Madrid, el chulo que aceptó 16 millones de reales para no volver a mantener relaciones sexuales con Isabel, el mismo que años después colaboró para que la echaran del trono y la exiliaran, quedándose como Regente de España.
El General bonito, como Isabel le llamaba, abría una grieta muy peligrosa entre las piernas adolescentes de la reina que debía ser cerrada urgentemente. Isabel necesitaba un marido.
¿De donde sacar un consorte sin ocasionar un conflicto diplomático? El Padre Claret, confesor de Isabel, se decantaba por el primo Carlos Luis María Fernando de Borbón, Conde de Montemolín, hijo de Carlos María Isidro de Borbón (el que lió la primera guerra Carlista). Pero el Conde tenía un ojo mirando a la corona y otro mirando a Cuenca. Vamos que era bizco. La reacción de Isabel cuando vio al pretendiente fue:  ¡Con un “biz”Conde no, con un “biz”Conde no!
La Reina se enrocó y no hubo manera de convencerla. Esta negativa sería el origen de la segunda guerra carlista.
Casándose entre familiares, los Borbones se aseguraban que todo quedaba en casa.
Pues a buscar otro primo, y esta vez, a ser posible sin ocasionar ninguna guerra. Decidieron que el más idóneo era el infante Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, alias “el natillas”. Dicen que al enterarse Isabel gritó: ¡Con Paquita no, con Paquita no! Pero esta vez fue que si, aunque con suspense. En la ceremonia de su boda su madre tuvo que pellizcarla varias veces para por fin escuchar el “sí quiero”.
- He cedido como reina, pero no como mujer, dijo a su madre.
Isabel tenía una herida abierta por la que iba a entrar a borbotones la sangre del pueblo. Y así se lo confesó a su primogénito:
“Alfonsito XII mío, la única sangre Borbónica que corre por tus venas es la mía”
Cuando en 1860, el general O’Donnell fue a despedirse de Isabel II antes de irse a la guerra de África, la reina le dijo que si ella fuera hombre iría con él. Francisco de Asís, El Natillas, añadió: “Lo mismo te digo, O’Donnell, lo mismo te digo”.
Parece estar probado que por cada retoño que nacía y reconocía como hijo, Francisco recibía un millón de reales. Doce hijos, doce causas reales.
El Palacio se convirtió en un gallinero en el que vivían una gallina y un pavo real, rodeados de muchos gallos. También les acompañaba una monja, Sor Patrocinio.
Era la asesora particular de la reina. Natural de San Clemente (Cuenca), de Patrocinio podríamos decir que era la típica persona que viajaba con el diablo a Aranjuez, que hablaba con Cristo y a la que la Virgen se la aparecía y la regalaba estampitas (la estampa de la Virgen del Olvido se conserva y venera en la actualidad en el Convento del Carmen de las Concepcionistas Franciscanas de Guadalajara).
También era la típica que entraba en éxtasis y a la que salían estigmas en forma de  llagas sangrantes en las manos, pies y frente, de ahí su apodo: La Monja de las Llagas.
Con la niña del exorcista dando vueltas por el Palacio no me extraña que los Reyes no quisieran acostarse solos.
A Isabel, además de en los pantalones, también le gustaba meter mano en las urnas, vía caciques, favoreciendo en lo posible a los de Narváez, el general de los moderados que en el lecho de muerte quiso perdonar a sus enemigos, pero ya los había fusilado a todos.
España crecía, aunque a un ritmo mucho más lento que Europa. Se inauguro la primera línea de ferrocarril, eso si, con un ancho de vía distinto al que se usaba en Europa. España comenzaba a ser diferente. 
A partir de la caída de la Unión Liberal, que había durado desde 1858 a 1863, los partidos entraron en una etapa de crispación sin igual.
La crisis de 1866 destruyó la mitad de las entidades financieras y trajo hambre y enfermedad. Los políticos señalaban a los aposentos de la reina y aireaban el nombre de los que por allí pasaban: Enrique Puig Moltó, Ramiro Puente, Bedmart, Altman, Olózaga, Carlos Marfori, Obregón, el compositor Emilio Arrieta, Miguel Tenorio, José María Ruiz de Arana, fueron algunos de los que contribuyeron a la bajeza pública de su Alteza Isabel II.
Posiblemente no era una lista de amantes demasiado larga para un Borbón, pero si para una mujer en la España del siglo XIX.
Pocas veces en España ha habido un entusiasmo tan grande como cuando en 1868 triunfó la revolución de “La Gloriosa” llevada a cabo por políticos y generales cercanos a la Reina.

Serrano, el que un día enseñó a Isabel donde estaban las estrellas, ahora le mostraba el camino a Francia. 

Poco después Paco e Isabel se divorciaron, quizás fueron felices y si no comieron perdices en el Maxim's sería por falta de apetito, que con la paga vitalicia que les dió el Estado español se podían haber comido el mundo.














martes, 18 de diciembre de 2012

Sobre los cojones del caballo de Espartero


Ya que los españoles estamos condenados a repetir la historia, conocer nuestro pasado probablemente sea el método más fiable que tenemos para descifrar nuestro futuro. 

Moría Fernando VII y su hija Isabel II, la que Galdós apodó como la de los tristes destinos, ascendía al trono de España el 29 de septiembre de 1833, sin haber cumplido todavía los tres años de edad.

Dado que en España siempre ha habido personas con las ideas muy claras decididos a luchar y a hacer morir y sufrir a los demás por ellas, aquella España mía tuvo la mala suerte de que la mitad de estos pensaran que la corona debía posarse sobre la pequeña cabeza de Isabel, y la otra mitad en que don Carlos María Isidro de Borbón, tío de Isabel por parte de padre y tío-abuelo por parte de madre, fuera el coronado. A los seguidores de don Carlos, los Carlistas, no parecía molestarles que la Corona le quedara un poco grande a Isabel, sino más bien les incomodaba que su pequeño sexo fuese femenino. El resultado fue medio siglo de sangrientas y crueles guerras.

Hasta la mayoría de edad de Isabel, su madre, María Cristina Borbón-Dos Sicilias, sería la que debía regentar el trono. Su oposición a una Ley electoral de Ayuntamientos, unida al empeño de un sargento a que olvidara demasiado pronto a su majestuoso difunto, hicieron que el 12 de octubre de 1840 con un amplio apoyo popular, Espartero mandara a Francia a María Cristina y asumiera él mismo la Regencia, nombrando a Arguelles canguro de Isabel.

En aquella época los militares que habían conseguido prestigio con la guerra, eran considerados héroes y algunos contaban con gran respaldo popular. Espartero había luchado contra la Ocupación Napoleónica, en la Rebelión Independentista de las Colonias Americanas y tuvo un papel muy destacado en la victoria de la primera Guerra Carlista propiciando el abrazo de Vergara. Espartero era aclamado en todas partes.

Aunque no era la primera vez que los militares tenían el poder de un país, fue el caso de Espartero el que sentó precedente. Desde entonces se repetirá con frecuencia.

Los partidos políticos de la época también estaban dirigidos por militares. Los liberales progresistas por el propio Espartero; los liberales más moderados por Narváez y los demócratas, por el general Prim.

Pero el general Espartero no supo rodearse del espíritu liberal que le había llevado al poder. De hecho, ejerció la Regencia en forma de dictadura militar. Como ejemplo de su manera de gobernar cabe mencionar el bombardeo artillero que ordenó contra la ciudad de Barcelona por las revueltas y protestas que criticaban su política librecambista. El balance final de sus “antidisturbios” se saldó con: 1.014 proyectiles lanzados, 462 edificios destruidos o dañados y entre 20 y 40 muertos. Con la frase “a Barcelona hay que bombardearla al menos una vez cada 50 años”, dio carpetazo al tema.

El deterioro político y económico alcanzó proporciones muy grandes. La impopularidad de Espartero había crecido de tal manera que hasta los liberales que le habían apoyado tres años antes, conspiraban contra él. Sofocó un golpe de Estado, fusilando a sus cabecillas Diego de León y Manuel Montes de Oca.

El 11 de junio de 1843 la sublevación de los moderados obligó al general a abandonar el poder y marchar al exilio a Londres.

Con la caída de Espartero, el conjunto de la clase política y militar llegó al convencimiento de que no debía instalarse una nueva Regencia, sino reconocer la mayoría de edad de la Reina, a pesar de que Isabel tan sólo contaba con trece años. Grandes problemas, grandes soluciones.

Tras 5 años paseando a las orillas del Támesis, Espartero vuelve a España. Isabel II le repone todos los honores, y aunque participa en algunos asuntos oficiales no reaparece en la primera línea política hasta el Bienio Progresista (1854-56) que compartiendo el liderazgo con O'Donnell es nombrado Presidente de Gobierno.

El 19 de septiembre de 1868 al grito de "¡Abajo los Borbones! ¡Viva España con honra!" se enviaba a Isabel II al exilio francés.

Entonces Prim ofreció a Espartero ser Rey de España, cargo que no aceptó por sentirse viejo y cansado.
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Algunos años más tarde el Rey Amadeo I le concedió el título de Príncipe de Vergara que sumó a los de Duque de la Victoria, Duque de Morella, Conde de Luchana, y Vizconde de Banderas. La I República le respetó todos sus títulos.

¿Y que tiene que ver todo esto con los cojones de su caballo?

A los pocos años de su fallecimiento, Gilbert esculpía al General montando su caballo. Eligió para enclavar la estatua uno de los lugares más emblemáticos de Madrid: la calle de Alcalá esquina con la calle O’Donnell, frente al Parque del Retiro. Lo que más llamaba la atención de la escultura eran los testículos del caballo.

Esto propició que rápidamente, y haciendo un símil con la valentía del militar, se empezase a utilizar expresiones como "tienes más cojones que el caballo de Espartero"


Seguramente es bueno que haya monumentos que rememoren a personajes como Espartero para que quede un recuerdo duradero y no se nos olvide nada de lo que hicieron por España y por la humanidad.

Es por ello que creo que tendría mucho más sentido que en vez de en Madrid deberían haber colocado la estatua de Espartero sobre su caballo en mitad de las Ramblas de Barcelona.

Con dos cojones.